viernes, 2 de marzo de 2007

Vi llover abandono y abuso en San Fernando de Atabapo


19/02/2007
A ese grupo tan hermoso de sangradores y limpiadores que me enseñaron que soy de los otros, que soy excelente, que vieron en mí a una persona tolerante, humilde y honesta y que me hicieron darme cuenta que sí vale la pena ser así. Aunque no lo sepan les agradezco con todo mi corazón dos semanas de trabajo, calor, malestar e incomodidades que se borran de mi memoria al recordar lo que me han mostrado del mundo y de mí misma. A Nacy Mendoza Piñate, Carlitos y el profesor Yaro, a Jims y Josefa Cadenas, a Aquimín y Navidad, por recibirme en sus casas, por las largas conversaciones de la tarde y por estar pendientes de mí.

En la mitad occidental del Amazonas venezolano está este pueblo, antigua capital del territorio federal Amazonas, fundado hace más de 200 años en los márgenes del río Atabapo, afluente del Orinoco. Sus calles son de cemento viejo, no de asfalto, con una extraña forma redondeada en lugar de plana y el medio de transporte predominante es la moto, pero no por eso no ha habido accidentes y choques fatales… ¡entre motos! Y, sin embargo, los conductores utilizan su respectivo casco, luces de cruce, o el brazo, y respetan al peatón. Claro, hay uno que otro carro, camión, autobús y tractor, pero la mayoría de las personas andan en moto o en moto taxi. Rico en etnias indígenas desconocidas por los citadinos, cuya cultura, idioma y valores rayan en lo admirable y maravilloso, y carente de atención, cuidado y recursos para subsistir, parece apropiado decir que la memoria del país perdió la noción de que este rincón existe. ¡Es increíble y triste que se pierdan tantos tesoros humanos y naturales!

Entre los valores de las etnias de este pueblo definitivamente se reconoce con claridad su respeto a la vida, su responsabilidad ante el compromiso adquirido y su alegría para seguir adelante. Personas calladas, tímidas y observadoras, reservan sus opiniones para decir lo indicado en el momento oportuno. Algo que llama poderosamente la atención es ver que sus animales y plantas están cuidados y bellos, no se ven maltratados ni abandonados; las familias viven en armonía y no conocen la separación como medio de solucionar sus problemas, dialogan, negocian y llegan a acuerdos en lugar de distanciarse, y salen cada día a laborar con felicidad en sus corazones, poniendo amor en cada uno de sus actos. Han sido, en efecto, los “civilizados” llenos de arrogancia, intolerancia y deshonestidad quienes nuevamente, como hace 500 años fueron los españoles, han venido a mancillar este lugar con la promesa falsa de ayudar (ayudar en provecho propio y no el de los demás).

En pro de la compra de una planta nueva que surta la energía eléctrica a este pueblo que carece de tendido eléctrico, se han robado el dinero para colocar un mamotreto usado que pasa malo gran parte del tiempo, limitando a los habitantes a doce horas de luz por sectores al día, y eso si acaso la planta tiene los filtros que necesita cada 20 días o si no se les ha olvidado pedir el lubricante apropiado. Demás está decir que las más de las veces se pierde parte de la comida, no se consigue una bebida fría, se dañan muchos aparatos y los teléfonos no funcionan, dejando al pueblo sumido en un vapor e incomunicación parecidos a los del Macondo de Gabo en sus tiempos del sopor de la tarde, sólo que aquí es constante en el día y en la noche… también. Por otro lado, como el país se olvidó de este rincón, muchas cosas llegan cada semana o quincena cuando hay bote, cuando se acuerdan “allá” que hay que mandarlas, algunas hortalizas y frutas escasas llegan verdes, otras muy maduras por el calor, algunos productos llegan vencidos o dañados; todo caro en extremo y la mayoría de las cosas, simplemente, no llega. Ante esto, los habitantes viven de la caza y la pesca, la cría de animales de corral, la siembra de frutas típicas de la región y unas pocas hortalizas que soporten el sol inclemente del día. En consecuencia, la fuente más importante de alimento es el pescado de río, del cual hay una gran variedad y formas de preparación, como el rayado o bagre de río, el bocón, que realmente tiene una gran boca, los pollos y pavos criados en casa, al estilo de las abuelas de las fincas, además de otros animales salvajes que rompe el corazón mencionar. Por ventura para las vacas, sagradas en países distantes y queridas por muchas personas, en este pueblo no se da la ganadería y la única vaca solitaria que hay, en algún lugar apartado, se tiene para sacarle leche, nada más.

Para llegar hasta el pueblo primero hay que ir a Puerto Ayacucho, actual capital del ahora estado Amazonas, en la cual puede decirse que hay más comodidades y menos carencias. El viaje desde el extremo oriental del país hacia allí se hace en buses pequeños con asientos angostos e incómodos, poco espacio para estirarse y un sin fin de paradas en alcabalas militares donde no hay nada más que la caseta de control y los respectivos militares abusivos de rigor. Desde Puerto Ayacucho se viaja una hora hasta el muelle de Samariapo, por un camino plagado de rocas inmensas con formas de animales y una sabana que se pierde en la horizontalidad del paisaje. Las lanchas que realizan la ruta son pequeñas, pero rápidas, y se llenan de gente y equipajes a tal punto que parece que se van a hundir en cualquier momento. Sin embargo, la imponencia del río Orinoco, la brisa fresca al movimiento y sus vistas hacen que el calor se disipe en la maravilla de la naturaleza y la fuerza del agua. Después de dos horas y media de sol picante y vaivén, entrando en el río Atabapo, se llega a la playa del pueblo, pestilente y sucia, llena de gente pobre pidiendo a los acabados de bajar del bote que les den algo.

El pueblo es bonito, plagado de palmeras diversas de moriche, coco, manaca, árboles de ceje, túpiro, mango y merey, pajaritos cantando y zamuros al acecho. Hay una sola posada con planta propia que funciona día y noche cuando el mamotreto se daña, una oficina de policía, un cuartel de la guardia nacional, una escuela, un liceo, un hospital, una iglesia, una cancha deportiva y una estación de gasolina al borde el río que recibe una gabarra con tanques de combustible tres veces a la semana. Las bodegas de víveres abundan, ofreciendo poco y caro, y las panaderías sólo se dedican a hacer pan, dejando a los foráneos pasmados cuando buscan tomarse un cafecito o comprar alguna otra cosita que se “acostumbra” en tal lugar, como una botella de agua mineral, que aquí simplemente no existe, y al que osa preguntar lo miran con cara de bicho raro. Bañado por el río, el pueblo es un horno en potencia y no se puede andar por allí caminando a las horas de calor, a menos que se quiera perder la piel y adelgazar de tanto transpirar. En realidad no es grande, pero es mejor ir en moto taxi a cualquier lado para evitar la inclemencia del vapor del día y la oscuridad de la noche.
Yendo selva adentro, por un camino polvoriento, se pasa por diversas comunidades indígenas típicas, donde los pollos, pavos, patos y perros andan alegres y tranquilos paseando. Además, se pasa frente a un cuartel de entrenamiento de la guardia, donde los reclutas se bañan al aire libre en un tanque de acumulación de agua de lluvia, a vista y paciencia de los transeúntes, con sus frasquitos de jabón y champú. Al final del camino se encuentra la siembra de árboles de caucho y un pequeño campamento aportado por una gran empresa para ayudar a quienes se dedican a la producción del látex natural, o así dicen ellos. Los ojos pierden la noción de la vasta amplitud de los bosques de caucho, donde los “sangradores” trabajan a pleno sol para sacar el látex que procesan, y donde cada día se exponen a las quemaduras del sol, las picadas de los mosquitos y las mordidas de las serpientes. La gran empresa que maneja dicho campamento tiene la errada idea que estas personas son irresponsables, desconfiadas y desorganizadas, y entre la mediocridad en la que se sume el país en los últimos años, buscan “ayudarlos” a conformar cooperativas de trabajo para la extracción del látex natural y llevarlos al crecimiento personal para que trabajen mejor. Resulta divertido ver la manera en que por la irresponsabilidad, desconfianza y desorganización de las personas que trabajan para dicha empresa que pasan sólo un día cada cuatro meses en la zona se vea una proyección tan evidente de las propias debilidades en otros, considerados por ellos menos privilegiados, sólo porque no han sido atacados por el “veneno” de la civilización. La falta de capacidad de comunicación de los empleados en cargos de importancia de la gran empresa les ha valido incontables problemas en la constitución de las cooperativas de trabajo, y la idea equivocada de la falta de valores y la creencia de una gran ignorancia en las etnias les ha llevado a aportar a las mismas herramientas de crecimiento personal que destapan una olla de abusos, intolerancia y desidia que se vuelve inmanejable.

Si hay personas que puedan trabajar bajo el concepto y filosofía del cooperativismo y personas que den un ejemplo de riqueza personal son estos sangradores. Su vida limpia, honesta y alegre y su concepto comunitario les da la capacidad de manejar mejor estas ideas, y son ellos mismos los que se dan cuenta cada día lo equivocados que están estos empresarios al querer aplicar una filosofía que está muy por encima de las ansias de poder que corrompen la sociedad latinoamericana en general. Para estos sangradores, la comunidad, por encima de la familia y los intereses personales, es más importante que cualquier otra cosa, y dentro de lo que los guía a trabajar se evidencia una gran valoración del reconocimiento, el sentido de pertenencia, la comprensión y la igualdad. Darles herramientas de vida va más allá de la comprensión de darles herramientas para exigir sus derechos. Darles conocimiento de su propia valía como seres humanos despierta la consciencia de estar siendo abusados, utilizados y menospreciados. Pero la mediocridad carece de entendimiento ante estos hechos y cuando el que es considerado menos se despierta, lo único válido es buscar los culpables en otros, sin mirar un momento hacia adentro. Sin embargo, los otros son quienes han demostrado respeto, admiración y cariño por la tierra y las culturas que se pisan hoy, como se hizo hace más de medio siglo. Los otros son a quienes estos sangradores consideran personas de estima, lealtad y equidad; y somos los otros los que lloramos ante tanto abandono.

Claramente, la excelencia no cabe en una sociedad mediocre y enferma; sin embargo, hoy estas etnias no son lo que eran ayer. Hoy saben que son ellos los que poseen esa excelencia, que alguien los quiere, los respeta y los considera iguales y, seguramente, ya no dejarán que nadie se aproveche de ellos. Aunque pase un tiempo indeterminado, algún día los excelentes de esta tierra gritarán para que no haya más abandono y abuso en San Fernando de Atabapo.

© Maureen Andrea Addison-Smith Salvo, publicado en: ©Predicado.com