lunes, 23 de febrero de 2009

Montaña de pasiones

Entre la reciente celebración de los premios de la academia y el recuerdo de Heath Ledger, la semana pasada decidí ver la película Brokeback Mountain, nominada a cinco y ganadora de tres Oscar en 2005. A simple vista parece una historia de homosexuales incomprendidos en un ambiente por demás cargado de prejuicios dentro de algo tan aburrido como pastar ovejas en las montañas y pasar una vida de mediocridad y apatía.

Sin embargo, el trasfondo psicológico y emocional de la trama me hizo llorar a mares y me llevó a pensar mucho en la manera que las personas manejan y ven sus relaciones, llevadas simplemente por las imposiciones sociales, los miedos y carencias, y el devenir de la vida. Ciertamente, la perspectiva de la homosexualidad es un ejemplo bastante exagerado para plantear el asunto, pero de no haber sido por ello, la película habría sido en realidad aburrida y poco interesante.
A diario encontramos a nuestro alrededor historias pasadas o conocemos a personas atrapadas en una rutina impuesta por los patrones sociales y las conductas convenientes que no hallan la manera de canalizar las emociones verdaderas que sienten y los deseos y sueños que atesoran. Así, se quedan viviendo vidas de apariencia, reprimiendo sentimientos, guardando rencores, ahogando pesares y engañando a otras personas que aman sin poder más que perderse en la búsqueda del bienestar y la felicidad que desean. Muchos de los protagonistas de la vida real tomarán un rol en sus historias, pero como dice el slogan de la película “el amor es una fuerza de la naturaleza.”
Algunos Ennis Del Mar se darán cuenta demasiado tarde que sus prejuicios y elecciones los llevaron a quedarse vacíos y tristes al no haber aprovechado una oportunidad para amar a esa única persona que alguna vez los hizo sentirse plenos y comprendidos. Algunos Jack Twist morirán en el intento de compartir ese amor de la manera que sea sin temor a lo que pueda decir la sociedad o lo que suceda mañana, sabiendo que es lo más preciado de sus vidas aún después de partir. Al final, el amor, cualquiera sea su forma y expresión, aflora y prevalece, sin que ni siquiera importe la distancia, el tiempo o, incluso, la muerte del ser amado.