Érase una vez un hombre, un hombre bueno y luchador por la libertad. Viajando por las montañas, un día se detuvo en un caravasar para pasar la noche. Y así fue cómo se sorprendió al ver a un hermoso loro en una jaula de oro repitiendo incesantemente: “¡Libertad! ¡Libertad!”.
La geografía del lugar permitía que esas palabras se hicieran eco en los valles, en las montañas. El hombre pensó para sí: “he visto muchos loros y siempre creí que deben desear liberarse de sus jaulas… pero nunca encontré uno que durante todo el día, desde el alba hasta el crepúsculo, clamara por su libertad”.
La geografía del lugar permitía que esas palabras se hicieran eco en los valles, en las montañas. El hombre pensó para sí: “he visto muchos loros y siempre creí que deben desear liberarse de sus jaulas… pero nunca encontré uno que durante todo el día, desde el alba hasta el crepúsculo, clamara por su libertad”.