viernes, 6 de noviembre de 2009

El camino del olvido

Un día al alba, cálida de colores verdosos y bruma húmeda del rocío, salí con mi bolsa al hombro, escuchando los pájaros de la mañana trinar por el sendero. Me puse mi mejor sonrisa, esa que me pinto cada día al despertar, para maquillar mi rostro de forma sencilla y sincera. Salí sin razones ni rumbo fijo a botar los desechos de mi bolsa, cargada con el peso que contiene, buscando el camino del olvido.

Caminando sin parar de la mano de la vida, llegué a ese abismo, profundo y sereno como la noche, silencioso y oscuro como el espacio, y me senté al borde a contemplar el vacío. Allí botaría todo, los insultos y peleas que sin sentido comenzaron un día para no acabar jamás, las decepciones y sinsabores que se encuentran en las esquinas, la ingratitud y el desamor de las personas que me he cruzado, los incontables dolores de cabeza, los golpes en los dedos por descuido, los amigos que nunca fueron amigos de verdad, las lágrimas que no se pueden contar, las mentiras que me dijeron…
Sin embargo, después de horas de limpieza, mi bolsa estaba pesada, muy pesada, pues no puedo botar las risas y alegrías que la han ido llenado de felicidad, las sorpresas inesperadas de una llamada a media noche, la gratitud de un niño o el amor de un perro al compartir juegos, el dolor de vientre que cada mes me recuerda que un día seré madre, los amigos que sin importar el tiempo o la distancia están junto a mí, los abrazos de mi abuela, la sinceridad de muchas horas conversando en silencio…
Un día al atardecer, coloreado de carmín y naranja, volví con mi bolsa al hombro, cargada de mis recuerdos, del amor y la alegría. Conservé mi mejor sonrisa, esa que me mantiene con esperanza, esa que me regaló alguien el día que lo conocí, poniendo luz a mis ojos tristes. Volví del camino del olvido sin haber botado aquello que más pesa, las cosas que le dan sentido a mi vida; entre todas ellas, tú…

Te amo, y creo en ti.